El último número de la revista “Frisona Española” publica un editorial, titulado “Mala leche, buena intención”, en el que critica el reciente informe de la OCU sobre la calidad de la leche, del que hacemos un resumen.
A finales de junio, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) hacía público un informe sobre la calidad de 47 leches de consumo nacional, con el que lejos de orientar al consumidor respecto a qué producto es mejor, ha lanzado a los leones de la opinión pública la credibilidad de un sector que está luchando por dignificar su profesión y su medio de vida, sin que poco a mucho le importe al usuario que el ganadero esté cobrando por debajo de los costes de producción.
Dice el informe “… en el recorrido de la ubre al envase se pueden ir acumulando descuidos e irregularidades”. Es verdad, y para evitarlo existen medidas de control que abarcan desde la alimentación de las vacas, los medicamentos que se les administran y el manejo que reciben, hasta las condiciones de almacenamiento de un brick de leche en un almacén de logística integral. ¿A quién dirige la OCU su dedo acusador? ¿Al ganadero? ¿A la industria? ¿A la distribución?
Volvamos al recorrido “de la ubre al envase”, pero esta vez desde una perspectiva más crematística. ¿Por qué no se incluye lo que cuesta producir un litro de leche y lo que cuesta ponerlo en los lineales? Así el consumidor podría hacer las cuentas y cuestionarse cómo un litro de leche puede venderse a 0,45 euros. Pero no. Al consumidor se le ofrece un precio con el que industria y distribución se aseguran las ventas frente a los productos de la competencia. A partir de ahí, cada eslabón de la cadena –del envase a la ubre- va quedándose con su parte hasta llegar al ganadero productor, que recibe las migajas del pastel.
Después de criticar al INLAC, a quien pregunta ¿por qué no se pone en lugar de los productores, que siempre acaban siendo los responsables de los males del sector?, continúa afirmando que por si fueran pocos los frentes en los que ya lucha, ahora el ganadero debe emplearse en defender su reputación ante foros cuya intención última no está del todo clara. “Bebemos peor leche que hace diez años”. Una década dedicada a la mejora genética y morfológica, a la mejora de instalaciones y procedimientos, a la implantación y cumplimientos de normativas de control y calidad. Diez años en los que la media de producción ha pasado, según datos oficiales, de 8.117 kilos de leche al 3,63% de grasa y 3,12%de proteína en el 2000, a 9.261 kilos de leche al 3,61% de grasa y 3,18% de proteína en 2010. Y aún más, en estos diez años hemos tenido un descenso del 12% en el recuento medio de células somáticas –indicativo de la salud de la ubre_. Todo esto calculado con un mínimo de 350.000 lactaciones finalizadas.
Esperamos ansiosos –concluye el editorial- una siguiente entrega que recoja el estudio de las centrales lecheras que operan en nuestro país y países vecinos, los precios que pagan a los ganaderos y en base a qué baremos. Tampoco estaría mal un informe sobre el tratamiento de productos como la leche por parte de los distribuidores, la actuación de las multinacionales dependiendo del país o la relación industria y gran superficie.
Claro que hay mala leche. Muy mala leche.
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